SIZZLING ROMANCE WITH A KICK-ASS PLOT
Jugando
Fuerte
Capítulo adicional
Roberta
Cinco años después
La NFL era un peso pesado en relación con el fútbol americano universitario.
El ruido ensordecedor del público en el Estadio de Los Ángeles me ponía la piel de gallina. Los tres niveles de asientos dispuestos en forma de anillo hacían que el tamaño del estadio resultara intimidante, sobre todo cuando estaba repleto en su capacidad de seguidores fervientes. La mayoría de las entradas siempre se agotaban, y el público transmitía una energía vibrante, hoy más que nunca. Era, después de todo, un clásico de la ciudad: Los Angeles Rams contra Los Angeles Chargers.
Desde el lugar en el campo donde estaba con el resto de los entrenadores, el sonido retumbaba. En verdad le quitaba el aliento a cualquiera, incluso a mí, que no tenía nada que ver con el juego en sí. No me podía imaginar lo que les causaba a los jugadores.
Sin embargo, Danny Armstrong no parecía afectado.
«Armstrong completa el pase hacia Richmond» narró el comentarista por los altoparlantes, «otra primera oportunidad para los Chargers».
Aunque los dos equipos compartían el estadio, técnicamente los Chargers jugaban de local. Esto quería decir que el comentarista simpatizante de los Chargers podía anunciar las jugadas y que sonaba música cada vez que Danny marcaba una anotación. Y dos jugadas después, eso fue exactamente lo que sucedió.
Después de hacer el pase, Danny festejó e hizo de cuenta que cabalgaba arriba de un caballo invisible.
«¡Armstrong a Richmond para la anotación de los Chargers! «Y se burla de Lance Overmire imitándolo en el festejo de la anotación por todo el campo…»
—¡Qué cabrón! —dijo riéndose uno de los entrenadores a mi lado—, los Rams no se van a poner contentos con eso.
—Danny y Lance fueron compañeros de cuarto en la universidad —le expliqué—. No creo que Lance tenga problema con que le gaste una broma como esa.
En el tercer ataque, eso fue justamente lo que sucedió. Los Rams salieron al campo caminando prolijamente detrás de la fuerza poderosa de su corredor. Pero al basar su juego en ganar terreno, cuando el mariscal de campo pasaba la pelota a Lance, él quedaba despejado.
La mitad de la multitud eran seguidores de los Rams y los ovacionaron a viva voz cuando llegó a la zona de anotación. «¡Lancelot! ¡Lancelot!» cantaban.
En vez de celebrar con su galope usual, Lance trotó hasta el logo de los Chargers a mitad del campo y flexionó los bíceps. La multitud ovacionó y abucheó a la vez.
«Y ahora es Lance Overmire quien se burla de Danny Armstrong».
Puse los ojos en blanco, aunque en verdad me divertía. Me gustaba ver a Lance de cerca y en persona, y no por televisión, para variar.
—¡Mierda! —exclamó otro de los entrenadores—. Pavlica se cayó.
—Qué mal, puede que sea por su tobillo de nuevo —dije yo.
Trotamos hacia el campo para atender al liniero herido, un jugador de 130 kilos de masa muscular rodando por el suelo aferrado a su pierna.
—¡El muslo! —gritaba adolorido—, me está matando.
Lo ayudamos a incorporarse y a ir hasta la línea de banda. Como la preparadora principal, yo me tenía que encargar a partir de allí, y me dispuse a masajearle la pierna.
—Tal vez sea el flexor de la cadera —le dije, levantándole la pierna para vendarle la rodilla—. ¿Cómo sientes la pierna?
—La siento bien, Roberta, pero cuando cargo peso…
Lo ayudé a llegar hasta la bicicleta fija mientras el juego seguía en el campo. Me hubiera encantado poder mirar cómo Danny y Lance se batían a duelo, pero era mucho más importante mantener a mis jugadores sanos. A veces me sentía como una maestra de jardín de infantes que tiene que controlar a los niños durante el recreo, pero al final del día llegaba a casa con una sensación de satisfacción como nunca había sentido antes.
Me encantaba mi trabajo, no lo cambiaría por nada del mundo.
Al final, los Chargers perdieron por dos anotaciones. No me gustaba ver a mi equipo de mal humor, pero una parte de mí se alegraba de que los Rams hubieran ganado. Ahora los Chargers tenían un sitio en la final, mientras que los Rams seguían en la carrera por un Wild Card en la NFL. Esta victoria resultaba mucho más importante para Lance que para Danny.
Después del partido, el resto de los entrenadores y yo nos dedicamos a los jugadores. El fútbol americano era un deporte brusco para el cuerpo humano; había muchas lesiones que teníamos que atender: un esguince en el dedo índice de Johnson, el corredor; una inflamación en la banda iliotibial de la pierna izquierda del ala cerrada. Incluso Danny sufrió un derribo en el tercer cuarto que de seguro le había producido un hematoma en el torso. Cuando se quitó la camiseta, tenía todo el lado izquierdo del torso de color negro azulado.
—¡Danny!
—Parece peor de lo que es —me dijo con una sonrisa irónica.
—Ah, ¿sí? Porque parece que tienes la peste negra.
—El blitz de los Rams fue un dolor de huevos hoy. No pude bajar la guardia por un segundo.
Busqué una bolsa de frío para aplicarle en la cintura.
—Pues, así y todo, has estado fenomenal.
—No sirvió para mucho —dijo entre dientes.
—El mariscal de campo no es el único jugador del equipo. Tú hiciste bien tu parte de juego.
Él frunció el entrecejo, pero no me contradijo. Danny tenía la tendencia a tomarse las derrotas de modo personal, fuera o no su culpa. Sabía que hoy seguramente se quedaría despierto hasta tarde estudiando el juego y preparándose para el próximo partido contra los Raiders a la semana siguiente.
Cuando terminé de atender a Danny, salimos del vestuario juntos, tomados del brazo. Casi todos sus compañeros de equipo sabían que teníamos una relación, pero en general tratábamos de no demostrarla, sobre todo si teníamos a los medios de comunicación de Los Ángeles cerca. Pero no había ningún peligro si caminábamos juntos por el túnel hasta el estacionamiento.
Me gustaba ese pequeño momento de intimidad.
Lance nos esperaba reclinado sobre el coche con los brazos cruzados a la altura del pecho. Cuando nos vio, se le iluminó el bello rostro con una sonrisa.
—Muy bien —dijo Danny de mala gana—, di lo que tengas que decir.
Lance extendió los brazos.
—¿Qué quieres decir? ¿Estás insinuando que voy a burlarme de ti por el partido que acabas de perder?
—No estoy insinuando nada. Te lo estoy diciendo directamente.
—Ah, en ese caso… —Lance flexionó los brazos—. ¿Qué te pareció el juego, bebé? Una victoria de dos dígitos para el equipo más ardiente de Los Ángeles.
Danny puso cara de fastidio y se subió al auto.
—No exageremos. Los Rams todavía tienen que obtener un sitio en la final.
—No importa. Hoy fuimos el mejor equipo de todo Hollywood —Lance me pasó un brazo por alrededor de los hombros y me dio un beso en la cabeza—, ¿Qué se siente al estar con un verdadero campeón, Babs?
—Pues siento que estás hablando sandeces para alguien que solo atrapó la pelota tres veces —dije yo, tomándole el pelo.
Lance encogió sus hombros grandotes.
—¡Eso es todo lo que necesitaba, linda! Calidad por sobre cantidad.
—Deja de decir idioteces y súbete de una vez —dijo Danny—, vamos a llegar tarde.
—Puedo hacer ambas cosas, soy bueno haciendo varias cosas a la vez.
A pesar de que el partido había terminado hacía dos horas, el tráfico en Inglewood era infernal. Tomamos la 110 en sentido norte hasta Pasadena y luego, la salida hacia el estadio de los Dodgers. Estacionamos el coche con el servicio de valet en el espacio reservado para los jugadores, entramos al estadio de béisbol y ocupamos nuestros asientos detrás del pentágono, justo cuando acababa de comenzar la primera entrada.
«Ahora batea para los Dodgers el jugador de primera base, Cody Bellinger».
—Qué bien que no nos perdimos su comienzo —dijo Danny. entrecerrando los ojos—. ¿Contra quién juegan?
—Los Cardinals —respondió Lance y me dio un codazo suave en el brazo—. ¿Lo puedes creer? No tiene idea contra qué equipo juegan hoy…
—Pasé las últimas 48 horas preparándome para mi trabajo —dijo Danny con sequedad.
—¡Por lo que te sirvió!
Durante la primera mitad de la primera entrada, muchos seguidores se acercaron a Danny y a Lance para pedirles un autógrafo. Manejaban su fama con gracia y entusiasmo, siempre sonriendo a quienes se les acercaran. Lance tenía una facilidad natural para ser el centro de atención, tal como lo había sido durante la universidad.
—¿Viste el juego hoy? —le preguntó a un muchacho adolescente mientras le firmaba el programa de partidos.
—¡Claro que sí! Usted estuvo fenomenal, Sir Lancelot.
—Mucho mejor que este tipo de aquí, ¿eh? Apuntó a Danny con el pulgar.
—¡Mucho mejor! Los Chargers son malísimos.
Danny puso los ojos en blanco, pero se tomó el chiste con gracia.
Lance se rio de buena gana y palmeó al muchacho en el brazo.
—Eres mi seguidor predilecto. Definitivamente tienes que jugar como ala abierta no como mariscal de campo. Te divertirás mucho más.
—¡Sí, señor!
El chico se alejó corriendo por el pasillo aferrando el autógrafo con fuerza.
—Bueno, hagan silencio —dijo Danny.
—No seas aguafiestas —le contestó Lance—. No es mi culpa que los seguidores me quieran más a mí que a ti.
Danny le apuntó con el dedo.
—Ya comienza Feña.
«En el montículo está Feña Martinez jugando para los Dodgers».
Lo alenté gritando cuando Feña salió trotando al campo. Se veía muy guapo con el uniforme de los Dodgers, con el cabello oscuro y enrulado que se asomaba por debajo de la gorra. Tenía la expresión muy seria, a pesar de que Danny y Lance estaban de pie aplaudiéndolo en la primera fila justo detrás del pentágono. Parecía que iba a la guerra.
Esa era una de las razones por las que eran tan buen lanzador: su actitud resultaba intimidante.
La bola hizo un ruido sordo cuando llegó al guante del recibidor para el tercer lanzamiento. La bola rápida de Feña volaba a unos 150 kph, pero hoy seguro que estaba más cerca de los 160. Hizo un trabajo rápido contra la alineación de bateo de los Cardinals: un strikeout, un groundout al segundo jugador de primera base y luego otro strikeout.
—¡Así se hace! —Lo alentó Lance cuando Feña se alejaba caminando del montículo—. ¡Feña no se deja amedrentar por ninguna clase de ave!
El ambiente aquí era mucho más relajado que el del partido de fútbol americano de hacía un rato. Un cambio agradable que nos ayudaría a Danny, a Lance y a mí a relajarnos, y dedicar toda nuestra atención a Feña. El juego terminó siendo un duelo entre los lanzadores, sin anotaciones en la séptima entrada y con un jonrón anotado por Bellinger. Los Dodgers fueron quienes vencieron: Feña lanzó ocho shutouts con doce strikeouts.
Después del partido, volvimos todos juntos a casa, aunque Danny y Lance se demoraron firmando algunos autógrafos.
Conducir hasta Pasadena Foothills nos llevaría unos veinte minutos a esta hora. Comparado con el ajetreo agotador del centro de Los Ángeles, Pasadena era una zona tranquila y silenciosa. Nuestra casa de tres plantas todavía tenía las luces encendidas cuando entramos el auto al garaje.
—Deberían estar acostados… —refunfuñé bajándome del coche.
Lance me pasó un brazo por alrededor.
—No culpes a la niñera, ya sabes cómo son los niños.
Ni bien cruzamos el umbral, se escuchó un grito de alegría desde la sala. Un diablillo con aspecto de niño de cuatro años se acercó corriendo hacia el vestíbulo y se arrojó a los brazos de Lance.
—¡Papi! ¡Papi! Hoy te vi por la televisión —dijo el pequeño Aaron entusiasmado.
Lance lo alzó en brazos y lo abrazó fuerte.
—¿Me viste ganarle al tío Danny?
Aaron volvió el rostro hacia Danny. —¡Sí! ¡Perdiste, tío Danny!
Lance lo bajó al suelo y el pequeño fue a abrazar a Danny.
—Así es el deporte, campeón. Alguien pierde y alguien gana —Y luego añadió en voz baja—, No digas nada, pero dejé que tu papá ganara hoy así no se ponía triste.
—Ah, de acuerdo —dijo Aaron con seriedad.
—¿Y a mí no me abrazas? —le pregunté.
Aaron abrió los ojos con algo de culpa.
—Hola, mami —dijo acercándose hasta mí. Se me trepó como un monito y yo lo levanté haciendo un gruñido por el esfuerzo. Estaba creciendo tan rápido. No podría seguir cargándolo así por mucho tiempo más. Iba a ser tan grande como Lance.
La niñera, una muchacha que estudiaba en Cal Tech, se acercó dese la sala con mi hija dormida en sus brazos. Roxy tenía dos y una cabellera rubia como su padre. Danny sonrió y la tomó en brazos, dándole un beso tierno en la cabeza.
—Lo siento, pero Aaron insistió en que quería quedarse despierto —dijo la muchacha.
—¡Quería ver jugar al tío Feña! —dijo haciendo un puchero sobre mi hombro. Cuando estaba con sueño, se ponía mal humoroso. «Igualito a su papá», pensé con una sonrisa.
—Está bien —le contesté a la niñera—, gracias de nuevo.
Ella sonrió y se fue, pero alguien más entró por la puerta antes de que se cerrara.
—Mira quién vino —le dije a Aaron al oído. Abrió los ojos con sorpresa cuando vio quien era.
—¡Tío Feña! ¡Tío Feña! Te vi por la televisión, vi cuando lanzabas y ganabas.
Feña se rio y Aaron corrió a abrazarlo por la pierna.
—Gané porque sabía que estabas mirando.
—¿De verdad?
—Pues claro —Feña me sonrió y le dio una palmada a Aaron en la cabeza—. Creo que ya es hora de que vayas a dormir.
—Pero no tengo sueño —protestó él.
Feña me besó en la mejilla.
—Igualito a su padre.
—¡Oye! —se quejó Lance—, no soy mal humorado cuando tengo sueño.
Acostamos a los niños; con Roxy fue más rápido porque ya estaba dormida, pero con Aaron nos llevó más tiempo. Luego, nos reunimos en la sala y nos tiramos juntos en el sofá.
—Fue un gran día para todos —comentó Feña—, excepto si resulta que eres mariscal de campo para los Chargers.
Danny le dio un puñetazo juguetón en el brazo.
—Con cuidado que con ese brazo batea —advertí yo,
Feña asintió y agregó:
—Y, además, el entrenador de los Dodgers no es tan bueno como Roberta.
—Yo creo que Frank hace un muy buen trabajo —afirmé.
—Hace un trabajo aceptable —admitió él—, pero no lo hace tan bien como tú.
Le di un beso en la mejilla.
—Es una vara bastante baja, pero lo acepto. ¿Quieres un masaje en los hombros?
—Mm, sí, por favor —me contestó, y se deslizó al suelo con la espalda entre mis piernas. Empecé a masajear, hundiendo los dedos en su espalda.
Estuvimos un buen rato todos juntos en el sofá, haciéndonos compañía. Nuestros horarios era una locura en esta época del año con la temporada de béisbol que llegaba a su fin y la de fútbol americano que recién comenzaba. Teníamos que disfrutar del poco tiempo que teníamos juntos. A la semana siguiente, Feña y los Dodgers volarían al otro lado del país para jugar contra los Mets, y Lance tenía que ir a Miami para jugar contra los Dolphins. Danny y yo estaríamos aquí para jugar otro partido de local el fin de semana siguiente, y luego teníamos que ir a Kansas City.
Pero mañana, todos teníamos el día libre, un día entero que podíamos pasar junto a los niños.
—¿Qué les parece si vamos al parque? —sugirió Feña, casi leyéndome la mente—. Podríamos hacer un picnic, lanzar la bola un rato.
Lance sacudió el dedo índice delante de él.
—Tú solo estás intentando convertir a Aaron en un jugador de béisbol.
—¿Qué mejor maestro que el as de los Dodgers?
—El béisbol es un deporte mucho más seguro que el fútbol americano —agregué yo—, una humilde opinión de la entrenadora principal de los Chargers.
—Tal vez el parque no sea buena idea —dijo Danny—, Roxy ha estado insistiendo con tener un perro y la última vez que fuimos al parque se puso peor.
—Entonces, tengamos un perro —propuso Lance—. Un golden retriever sería lo máximo.
—A mí me gustaría un pastor alemán —opinó Feña—, que cuide la casa mientras no estamos.
—¿Y quién va a cuidar al perro cuando no estamos? — pregunté yo—. Sobre todo, con nuestros horarios tan apretados.
—La niñera podría… —sugirió Lance.
—Mejor esperemos a que termine la temporada —dije—, así, Aaron y Roxy podrían ayudar a cuidarlo. Sería un buen momento para enseñarles algo sobre la responsabilidad.
—De acuerdo, mamá —protestó Lance.
—Ya lo creo.
Lance y Danny me apretujaron a los costados. Feña tenía la espalda apoyada contra mis piernas mientras yo le masajeaba los hombros y descansaba la cabeza en mi regazo, suspirando satisfecho.
Tenía a mis tres chicos conmigo; juntos, formábamos una familia. Nunca me hubiera imaginado que tener algo tan increíble fuera posible, pero aquí estábamos. Y todo porque una vez, hacía cinco años, había necesitado obtener créditos por experiencia laboral.
Las vueltas de la vida.