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Una niñera en Navidad
Capítulo adicional

Piper
Tres años después

Estábamos los cinco amontonados en la camioneta todoterreno de Grayson. Nuestro equipaje estaba apilado atrás. 
—¿A dónde vamos? —preguntó Max por enésima vez. 
—Nos vamos de viaje —contestó Grayson, la misma respuesta que le había estado dando toda la semana. 
—Sí, pero, ¿a dónde? 
—Fue idea de Piper —dijo Ethan. 
Yo me di la vuelta para mirar al muchacho rubio y él me respondió con una sonrisa. 
Max se inclinó hacia adelante para agarrarme del brazo. 
—¡Piper! ¡¡Ya cuéntame!! 
—Es una sorpresa. Ya verás cuando lleguemos allí. 
Cuando llegamos al estacionamiento de nuestro destino, Max saltaba de alegría. Y entonces, cuando vio el enorme letrero… 
—¿Estación de trenes? Max ahogó un grito—. ¡NO ME LO CREO! 
Empezó a chillar y saltar dentro del vehículo mientras Grayson maniobraba para aparcar. Entonces, él se me acercó y me dijo en voz baja: —Creo que está un poco emocionada. 
—Espera a que sepa a dónde vamos —contesté. 
Fuimos hasta la boletería, donde nos dieron los billetes en papel, aunque en realidad no los necesitábamos, pues ya los habíamos comprado por Internet. Pero queríamos hacer que la experiencia fuera especial para Max. Luego, fuimos hasta la plataforma, donde estaba el tren plateado y azul de la línea Amtrak. El conductor nos sonrió. 
—Los billetes, por favor. 
Max puso los ojos como platos cuando el conductor nos llevó adentro del tren, por las escaleras hacia el camarote. Habíamos sacado pasajes en dos camarotes: uno familiar, con baño y ducha privados, y otro camarote más pequeño con dos camas individuales. 
—¿Tengo que dormir con Cole? —preguntó Ethan. 
Cole rechinó los dientes. 
—¿Hay algún problema? 
—Sí, el problema es que roncas —dijo él, indignado. 
—No. 
—¿Qué quieres decir con que no? ¡Siempre roncas! 
—Podemos turnarnos —dije yo, acariciándole la espalda a Ethan. Luego, miré a Cole y le dije—: Y sí, a veces roncas. 
Cole se encogió de hombros, pues no había nada que pudiera hacer. 
Por el altoparlante, se escuchó una voz masculina que anunció: —Atención, todos los pasajeros de Heartland Flyer. El tren saldrá de la estación en dos minutos. La siguiente estación es Wichita… 
Grayson se puso tenso. 
—¿Qué sucede? — pregunté. 
Él miró alrededor y dijo por lo bajo: 
—Es que Karen está en Wichita. Lo vi en Facebook. 
Le di un beso en la mejilla. 
—Menos mal que no nos bajamos allí. 
—Ya lo sé —dijo él—, pero igual estoy intranquilo. 
Hacía más de tres años, desde la audiencia por la custodia, que no veíamos a Karen. Ella no había hecho intentos por acercarse a Max y nosotros estábamos perfectamente bien sin ella. Lo último que necesitaba Max era tener una madre inestable que estuviera todo el tiempo apareciendo y desapareciendo. 
Era lo último que necesitaba Grayson, también. 
Lo abracé a Grayson con fuerza. 
—Max es tuya, eso jamás cambiará. 
Él me devolvió el abrazo con el mismo fervor. 
—Ya lo sé. Pero a veces, necesito que me lo recuerden. 
Seguimos así sin soltarnos, disfrutando del momento de intimidad, hasta que Max gritó: 
—¡Nos estamos moviendo! 
Apoyó la carita contra el vidrio para ver cómo el tren se alejaba de la estación. Su entusiasmo era contagioso. Todos estábamos de buen humor. Nos terminamos de acomodar en el camarote y Grayson anunció: 
—Tenemos una reserva para cenar. Vayamos a buscar una mesa. 
El coche comedor tenía mesas y sillas para cuatro personas, pero Cole sentó a Max sobre su regazo y así logramos sentarnos todos juntos. 
—Ya estás muy grande para esto —le dijo él. 
—No es cierto, tío Cole —le respondió ella—. ¿Qué van a comer? Yo, pollo. 
Pedimos las bebidas primero y luego los platos. Cuando llegaron los vasos, Ethan sostuvo el suyo en alto. 
—Por nuestro viaje. 
—¿Qué viaje? —quiso saber Max—. Todavía no me han dicho a dónde vamos. 
—El viaje en tren es el viaje —dije yo—. Durante la próxima semana, viajaremos por todo el país en tren. Primero, vamos hasta Omaha y ahí hacemos transbordo… 
—¿Al California Zephyr? —me interrumpió Max— ¡Es la ruta más extensa de Amtrak! ¡Guau, esto es genial!
—Entonces, ¿estás contenta? —preguntó Ethan. 
Max lo ignoró y le hizo una seña al camarero. 
—Disculpe, ¿qué locomotora es? 
—Estamos en Amtrak —dijo él. 
—No, quiero decir, ¿qué tipo de locomotora es? 
—Eh… tendré que preguntarle a mi supervisor —dijo el hombre antes de desaparecer. Unos minutos después, se acercó el conductor hacia nosotros por el pasillo. 
—¿Tú eres la niña que preguntó por la locomotora? 
—¡Sí! —dijo ella, animadamente— ¿La locomotora es Dash o Genesis? 
—Esta es una Genesis P42DC —le explicó el conductor—, pero estamos en pleno proceso de reemplazo por una Charger ALC-42. 
—¡Guau! —exclamó Max. 
—¿Ese es un modelo eléctrico? —pregunté. 
Max puso los ojos en blanco. 
—No, Piper. Son motores diesel. Los únicos trenes eléctricos están en el Corredor Noreste. 
—Parece que sabes de lo que hablas —le dijo el conductor. 
—No te haces una idea —replicó Ethan. 
Grayson y yo nos sonreímos. No dejaba de sorprendernos lo sociable que estaba Max, sobre todo con completos desconocidos. Había cambiado mucho desde que era una niña callada, tal como la conocía en el centro comercial hacía tres años. 
Tomamos la ruta Heartland Flyer que va al norte en el nuevo ramal Amtrak. Pasábamos por Wichita y Kansas City antes de cambiar de línea para tomar el California Zephyr. Luego, iríamos hacia el oeste, pasando por campos de maíz y planicies. Luego cruzaríamos las montañas de Colorado y Utah. El paisaje era impresionante, sobre todo cuando atravesamos las Rocosas. 
Durante el día, yo trabajaba desde mi computadora portátil. Ahora me desempeñaba como agente literaria y me resultaba difícil tomarme una semana libre. Me encantaba tener esa flexibilidad para poder trabajar desde donde quisiera. Todo lo que necesitaba hacer era llevar mi computadora al vagón de observación, trabajar mientras disfrutaba de la vista gracias a las ventanas altas y los techos de vidrio del vagón, y luego me reunía con Max y los muchachos para cenar. 
Una noche, Ethan pidió un cóctel desde el coche restaurante y el barman no supo cómo prepararlo. —No hay problema, te enseñaré. 
—Per señor, no puede estar aquí —objetó el barman. 
—Tengo tres bares en Oklahoma City —le contestó Ethan—. Puedo darte un curso rápido en mixología. 
Ethan pasó la noche entera ayudando al barman a preparar cócteles glamorosos para el resto de los pasajeros del tren, lo que causó risas, y también consternación, en el resto de la tripulación. 
Hicimos una escala de seis horas en Sacramento, lo que nos permitió salir a estirar las piernas. 
—Planeé algo muy especial —nos anunció Grayson. 
—¿Qué puede ser más especial que un tren? —preguntó Max con incredulidad. 
Grayson señaló un edificio. 
—El Museo del Ferrocarril del Estado de California. 
—¡Guau! —exclamó Max.
Caminó por el museo completamente maravillada, por entre locomotoras antiguas de los siglos XIX y XX. Mientras ella recorría las exhibiciones, con Grayson detrás tratando de seguirle el ritmo, Ethan, Cole y yo nos quedamos rezagados. 
—Quería consultarles algo —dijo Cole. 
—Ah, ¿si? 
—Hemos estado pensando… —comenzó a decir Ethan—, sobre… lo que hablamos. 
—Lo de comenzar una familia —dijo Cole sin rodeos. 
Yo sentí un hormigueo por dentro. 
—¿En serio? ¿Ustedes creen que están listos? 
Cole asintió. 
—Yo sí lo estoy. Ethan también lo cree. 
—Pero solo si tú quieres —se apresuró a decir Ethan—. No queremos que sientas presión para hacer algo que no quieres. 
Solía pensar que no quería tener hijos. Cuando era más joven, nunca sentí el deseo. Me gustaba cuidar a los hijos de otras personas, pero también me gustaba devolverlos al final del día. Tener los míos propios siempre me había parecido algo muy lejano y atemorizante, 
Pero ahora que hacía tres años que estaba con Grayson y con su hija Max, empezaba a sentir el deseo de la maternidad. Y cuando Ethan y Cole sacaron el tema a colación, supe de inmediato que estaba lista. 
—Creo que estoy abierta al tema —dije tratando de sonar casual. 
Pero antes de terminar de decir la frase, Cole dijo de pronto: 
—Yo canto primero. 
Ethan protestó. 
—¿Qué? 
—Si, yo iré primero —dijo—. El primer bebé será el mío. 
—¡No puedes decir eso sobre un tema tan importante! 
Cole frunció el ceño. 
—Acabo de hacerlo. 
—Ya lo hablaremos cuando llegue el momento —les dije riéndome y tomando a cada uno de la mano—. Cuando volvamos de este viaje, me quitaré de DIU. 
—Te amo tanto —me dijo Ethan. 
—No tanto como yo —dijo Cole. 
—No es algo que se pueda medir —les dije regañándolos. 
—No, es verdad—. Pero si se pudiera medir, verías que mi amor es más grande. 
—Ni modo —dijo Cole. 
Yo sonreí mientras ellos dos seguían discutiendo. Yo sonreía porque en ese momento lo entendí. 
«Uno de ellos será el padre de mis hijos. Los dos, tal vez». 
Esa noche, cenamos en Sacramento y luego volvimos a subirnos al tren. Al día siguiente, hicimos trasbordo al ramal Coast Starlight para viajar hasta el sur de Los Angeles, y después abordamos el Texas Eagle que nos llevaría de vuelta a casa. 
Un día, encontré a Max sentada junto a la ventana con un anotador y un lápiz. 
—¿Qué haces? —le pregunté. 
—Tengo que escribir sobre mis vacaciones de verano —me explicó—. Es una tarea para la escuela. Iba a escribir sobre el campamento de sóftbol pero esto me gustó más. 
—Sí, estoy de acuerdo. 
Dejó el lápiz de lado y me miró. 
—¿Me lo leerás? Cuando lo termine. Pues todavía lo tengo incompleto. 
Yo sonreí. 
—Creo que puedo hacerme un tiempo entre mis otros manuscritos. 
Ella me sonrió. 
—¡Te quiero hasta el infinito! 
Yo me agaché y le di un beso en la cabeza. 
—Yo también, cariño. 
Me di vuelta y lo vi a Grayson de pie en el pasillo, mirándonos embobado. Fui hasta él y me abrazó. 
—Deja de mirarnos como si nos estuvieras acosando —le dije en broma. 
—Solo miraba a las dos chicas de mi vida. 
—No sé si merezco estar en el mismo nivel de amor que sientes por Max —le dije. 
—Es verdad que la amo más a ella —me reconoció—. Nunca entendí ese tipo de amor hasta que nació. Pero tú estás bastante cerca, Piper. 
—Ay, me emocionas. 
—Estoy tan feliz de que hayas llegado a mi vida. Bueno, a nuestras vidas —Se apuró a corregir—. No me imagino dónde estaríamos si no fuera por ti. 
—Pues, yo también me alegro de que estés en mi vida —le contesté, con toda la sinceridad del mundo. 

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